Les proponemos un recorrido por el Medievo a través de doce históricas villas cuyos orígenes se remontan a esta época tan llena de magia y misterio, donde castillos y monasterios nos introducen en un mundo único y fascinante. Magníficos exponentes del arte prerrománico, románico y gótico, entornos naturales privilegiados y una excelente gastronomía local esperan al viajero, que poco a poco se va impregnando de la historia, el arte, la cultura y las tradiciones de estas localidades medievales llenas de encanto.
Desde El País Vasco hasta el sur de Portugal, vamos descubriendo las huellas del pasado en los sonidos y aromas del presente.
Hondarribia, ciudad de gran tradición marinera, cuenta con un enclave privilegiado entre el mar y la montaña. Su monumento más emblemático es el Castillo del Emperador Carlos V, cuyo origen se remonta a la época de los godos. Hermosos espacios adornados con arcos forjados y artesonados nos envuelven en una atmósfera de indescriptible belleza. Lanzas, cañones y armaduras forman parte de su decoración, recreando el ambiente propio de las fortalezas medievales.
Laguardia, en la Rioja alavesa, conserva su amurallado casco histórico, manteniendo intacto todo el sabor medieval. El trazado de sus calles nos transporta a tiempos pasados, invitándonos a pasear entre edificios centenarios. Al exterior de la muralla, bodegas e interminables viñedos se extienden a nuestros pies, y con la Sierra de Cantabria al fondo conforman un marco de incomparable belleza, donde el vino es el gran protagonista.
Estella-Lizarra fue fundada al calor del Camino de Santiago, y el viajero se convierte en peregrino en esta villa de tanta tradición jacobea. Palacios, casas señoriales, iglesias, conventos y puentes nos hacen sentir todo el peso de su historia. Su inconfundible sabor medieval nos envuelve en la opulenta rúa de los Curtidores, con sus arcos góticos flanqueando la entrada de tiendas y hospederías, y sus barrios centenarios siguen siendo hoy testigos de su esplendor.
Sos del Rey Católico conserva la inconfundible planta de atalaya fronteriza entre los reinos de Aragón y Navarra. Su aislamiento natural confiere a esta escondida villa aragonesa una fisonomía a la antigua usanza. Las siete puertas fortificadas, la lonja medieval con su soportal de arcos apuntados, o el palacio de Sada donde nació Fernando el Católico, crean el escenario perfecto para que la imaginación vuele a tiempos de justas y castillos. Al recorrer sus estrechas callejuelas empedradas, sembradas de portadas con escudos y ventanas góticas, el viajero se siente inmerso en un decorado de película de caballería, donde las piedras se hacen poesía.
Almazán se asienta en la margen derecha de un Duero joven y señorial. Austera y majestuosa a la vez, esta ciudad antaño fronteriza entre los reinos cristianos y musulmanes, conserva y transmite el sabor añejo de la Castilla más profunda. Sus lienzos de murallas y sus iglesias románicas nos transportan a otro tiempo, y casi se puede oir el sonido de las lanzas en el fragor de la batalla. Al otro lado de su bello puente de piedra, el río invita al viajero a pasear entre los álamos y fresnos de su ribera, mientras la vista se pierde sobre los tejados de esta antigua localidad.
Sigüenza es una hermosa ciudad medieval donde las piedras hablan de leyendas y tradiciones heredadas. Paseando por sus calles empedradas, el viajero se siente parte de la historia. Sus pasos le llevarán hasta la Catedral, imponente templo que recuerda a una fortaleza militar. No muy lejos hallará la Casa del Doncel, bello edificio de estilo gótico que ha sido morada de personajes ilustres. Un poco más allá, el castillo remata con su gallarda y solemne silueta el perfil de la ciudad. De vuelta espera La Alameda, jardín lleno de encanto habitado por olmos centenarios.
Pedraza es uno de los rincones más coquetos y pintorescos que el viajero pueda encontrar. En esta pequeña villa medieval parece que el tiempo se paró siglos atrás. Casonas y palacetes conservan el sabor propio de la época en la que fueron construidos. La hermosa muralla que abraza la localidad, la orgullosa torre románica de su iglesia parroquial y su inigualable Plaza Mayor ofrecen una estampa de belleza inolvidable. Los amantes de la pintura no podrán dejar de visitar el castillo de Zuloaga, que alberga en su interior obras del conocido pintor.
Consuegra se extiende por la meseta castellana a la sombra del cerro Calderico, convertido en mirador sobre el horizonte manchego. Sus orígenes se remontan a la época romana, y desde entonces ha sido un importante enclave estratégico, sobre todo en la Edad Media. Esta impronta medieval pervive sobre todo en el castillo de La Muela, que escoltado por doce molinos de viento gobierna la infinita llanura. A buen seguro el viajero volará a través del tiempo hasta encontrar a Don Quijote luchando contra ellos. Y desafiando el paso de los siglos, aún se mantienen oficios artesanos que conservan el sabor de antaño, recordándonos que hubo otras épocas donde la vida era diferente.
Coria atesora un rico pasado bajo el reposado silencio de sus recuerdos. Con más de dos milenios de historia, las distintas civilizaciones que a ella llegaron han ido forjando su identidad. Vetones, romanos, visigodos, árabes, judíos y cristianos se asentaron en sus tierras atraídos por la fertilidad de su vega. Lo primero que sorprenderá al viajero será su bien conservada muralla, magnifica muestra de la arquitectura defensiva romana. Ya intramuros, su irregular trazado de villa medieval nos llevará por estrechas calles y silenciosas plazuelas llenas de encanto. En un apacible paseo descubriremos magníficos templos, bellos palacios y antiguas casas blasonadas que siguen desafiando el paso del tiempo, dando testimonio del legado que nos dejaron hombres de otras épocas.
Olivenza tiene su origen en una encomienda creada en el siglo XIII por la Orden del Temple. Por su posición geográfica ha sido tradicionalmente un enclave fronterizo entre España y Portugal, que históricamente se han disputado su posesión. Desde 1801 es una población plenamente española, pero sin renunciar a una tradición lusa que la singulariza, y que está muy presente en su rico patrimonio cultural. Su castillo y su muralla abaluartada son testigos mudos de las batallas que se libraron entre los dos reinos. Entre sus templos destaca especialmente la Iglesia de la Magdalena, joya del estilo manuelino. Al pasear por sus sinuosas calles vestidas de blanco, con enormes chimeneas en los tejados, se respira el inconfundible aire portugués que todo lo envuelve, trasladando al viajero al otro lado de la frontera.
Vila Vicosa, antaño residencia de los duques de Braganza, se alza altiva sobre una colina poblada de naranjos y limoneros. Es villa de casas nobles, iglesias y conventos, cruceros y fuentes. La tranquilidad que se respira en sus calles le confiere una atmósfera de ciudad-museo que evoca la fastuosa vida de los Braganza. El Palacio Ducal, testigo de ese esplendoroso pasado, parece sacado de un cuento de hadas por el color azulado del mármol que reviste su fachada. Un recorrido por sus salas bellamente decoradas nos va recreando la vida de la desaparecida corte real portuguesa.
Marvao, conocida con el sobrenombre de El nido de las Águilas, fue fundada por los árabes en lo alto de una cumbre de la sierra de Sao Mamedes. Situada a seis kilómetros escasos de la frontera con España, se levanta sobre una inexpugnable montaña de granito que la separa de los valles y dehesas. Esta villa es empedrada e irregular, tortuosa y empinada, y está protegida por una gruesa línea de murallas oscuras en cuyas esquinas se abren baluartes, matacanes y garitas. Las casas intramuros están decoradas por balcones de hierro forjado, chimeneas alentejanas y pintorescas ventanas manuelinas. Hermoso jardines bordean su muralla, pero lo más sobrecogedor nos aguarda en la cúspide del espolón rocoso, donde su imponente castillo espera al viajero para ofrecerle una espectacular panorámica del entorno. Desde allí la vista se pierde en las planicies del Alentejo, tierra llena de sol y color, donde el ritmo de la vida todavía fluye lento y acompasado.
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