Si siempre has soñado con brotar en el bancal junto a Garcinuño, meditar en el huerto de las calabazas o montarte en ese sidecar como Antonio Resines y Luis Ciges, es muy probable que tú también seas un amanecista y no te hayas enterado. Lo que está muy claro es que vas a disfrutar paseando por las callejuelas de estos tres pueblos de la Sierra del Segura. El destino perfecto para una escapada de fin de semana de lo más surrealista. Eso sí, antes entérate si ese día toca andar en bici u oler bien.
Albacete es “humor”, es la tierra de los chanantes, del humor paleto que explota las costumbres más arraigadas y de la mezcla de risas con situaciones surrealistas. Pues antes de que sus cómicos se pusieran tan de moda, tres pueblos de la Sierra del Segura inspiraron y sirvieron como escenario real para la obra maestra de José Luis Cuerda, un albaceteño de pura cepa que mamó desde niño los dejes y las rarezas de la idiosincrasia pueblerina de España. Aunque, eso sí, en su guión de Amanece que no es poco le dio una vuelta de tuerca a la rutina castellana haciéndola más inverosímil pero a la vez más tierna e irresistible. Por eso, para qué engañarnos, todos en algún momento hemos querido coger una motocicleta con sidecar y hacer la misma visita que el bueno de Teodoro (Antonio Resines) hizo con su padre llamado Jimmy (Luis Ciges). Y si no has visto la película, apúntatela como deberes para este fin de semana y no te preocupes, Ayna, Liétor y Molinicos son municipios con una belleza independiente a las peripecias del filme.
Sea en moto, en coche o en tractor, el acceso a estos pueblos es muy prometedor. Justo en un recodo de la carretera, en las proximidades de Ayna, se encuentra el primer icono que arrastra al visitante al imaginario y al atrezo de la película. Plantada en un mirador en plena garganta está la réplica de la motocicleta con sidecar en la que llegaron sus protagonistas. Y el instinto resulta irrefrenable, todo el mundo se saca una foto e intenta poner esa cara de estoicismo ante la estupefacción que esta pareja lucía durante la peli.
Y con este subidón se llega a Ayna, el municipio que más apareció en la película. En su escuela los niños no cantan a coro lo importante y alucinante que es el corazón, pero sí que sus calles retorcidas regalan improntas que perfectamente habrían cabido en el filme. En la ermita de los Remedios, en pleno corazón del pueblo, se ha instalado el socorrido centro de interpretación de esta ruta donde se establecen los vínculos entre esta tierra y la trama de la película. Puede que no parezca la parada más apetecible, pero acaba siendo una grata sorpresa por los artesonados mudéjares del interior del edificio.
Probablemente el momento más recordado del denso guión y culmen de su surrealismo sea el del hombre que nace cual planta en el huerto. ¡Pues ahí está en la actualidad! representado con una estatua como homenaje a una de las grandes ideacas de su creador. Si el plan incluye hacer noche en el lugar, no dejen de acercarse a lo más alto del pueblo para ver amanecer. Eso sí, por si acaso, mejor háganlo solos, sin la presencia de la benemérita, por eso de que el comandante no se líe a tiros con el astro rey. Y no, no temáis, en la carretera no os vais a encontrar al suicida, que no es cuestión de llevarse un susto porque sí.
Liétor es toda una sorpresa. Hilo argumental al margen, es un pueblo top, plagado de mansiones señoriales de origen noble que contagian al resto del municipio. Aquí Cuerda encontró la preciosa ermita de Belén, donde se celebraban las esperpénticas misas de la película donde el cura se planteaba la eucaristía como si fuera un espectáculo. Es un auténtico tesoro para el arte español, puesto que alberga la mayor cantidad de pintura popular del Siglo XVIII en nuestro país. Vamos, un total de 600 metros de frescos y policromías por los que merece la pena dejar a un lado las constantes referencias visuales al filme y reivindicarlo por sí solo.
La ruta finaliza en Molinicos, una localidad con un nombre muy chanante y con un pedazo de plaza que sirvió para rodar las escenas en las que el pueblo congregado escuchaba a su alcalde, incluyendo aquella en la que el regidor pedía con escaso éxito a sus convecinos que hicieran un flash back. Este es un buen punto para comerse un poquito de la región, con un museo dedicado al níscalo que resume el excelente gusto de sus habitantes por la comida. Porque, no nos olvidemos, por mucho que Cuerda pretendiera burlar los cánones de la sociedad y plantear un universo paralelo rural, la comida no se tocó. Con eso no se juega.”
Más información: Hotel Felipe II
Texto: Javier Zori del Amo
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