Con un clima mediterráneo semiárido, una rica variedad de suelos, fuertes contrastes de temperatura entre el verano y el invierno y una escasa pluviometría, la Región de Murcia cuenta con un conglomerado de factores que la convierten en un lugar ideal para la obtención de vinos de gran calidad. Desde hace milenios, las diferentes culturas mediterráneas fueron extendiendo su cultivo desde oriente por todo occidente, hasta que los romanos normalizaron su consumo cotidiano, siempre ligado a diferentes roles y responsabilidades dentro de la sociedad. Al igual, pues, que en el resto de la cuenca mediterránea, el cultivo de la vid y la importancia del vino en la zona datan de muchísimos siglos atrás. Poco a poco, los procesos de cultivo y de conservación fueron mejorando, hasta llegar a la enología como ciencia y a identificar al vino como un valor que trasciende la mera dimensión agrícola, sino también y sobre todo cultural y etnográfica de un territorio.
Gracias a estas excelentes condiciones climáticas, geográficas y a su variedad de suelos, la Región de Murcia cuenta en la actualidad con tres Denominaciones de Origen, lo que le permite contar con una amplia oferta de bodegas y tipos de vino. Las Denominaciones de Origen de Jumilla, Yecla y Bullas, con sus aproximadamente 90 bodegas, son uno de los motores económicos de la región, llegándose a exportar alrededor del 80% de la producción y generándose alrededor de 150 millones de euros cada temporada. Los excelentes caldos se combinan con la historia y tradición vitivinícola de este bello territorio, junto con el sello familiar de muchas de sus bodegas. Visitar cualquiera de las Denominaciones de Origen en plena temporada de la vendimia supone sumergirte e integrarte en el momento clave del año, en donde hoy en día las técnicas más vanguardistas se mezclan con el aroma popular y tradicional de siempre. Todo ello, en ocasiones, en enclaves de alto valor paisajístico y natural por su belleza y valor ecológico, como el caso del Valle del Aceniche dentro de la D.O. Bullas. Una sugerente invitación al paladar y al mejor vino mediterráneo a través de los cinco sentidos.
CURIOSIDADES Y DATOS A TENER EN CUENTA
La Región de Murcia es el “hogar” por antonomasia de la uva MONASTRELL, la principal con más del 80% del viñedo. Una variedad cuyo máximo potencial enológico se da en vendimias bien maduras, dando vinos ricos en alcohol, acidez media-baja, muy pigmentados, tánicos y estructurados. De pequeños racimos y de uvas también pequeñas de intensa coloración, además de la Monastrell también se cultivan en uvas tintas: la Garnacha, la Garnacha tintorera, la Cencibel y la Cabernet Sauvignon, así como las uvas blancas Macabeo, Airén y la Pedro Ximénez. La región murciana fue una de las zonas menos afectadas en el siglo XIX por la plaga de la filoxera, por ello aún quedan hoy en día viñedos con cepas de "pie franco", es decir, cepas originarias en este caso de Monastrell. Un gran valor cultural y etnográfico.
Las DENOMINACIONES DE ORIGEN garantizan la procedencia y calidad del vino, encargándose del correcto desarrollo de su proceso los llamados CONSEJOS REGULADORES. Para ello, realizan análisis desde el momento de la plantación de la uva, hasta su embotellado y venta, en los que se comprueba que ninguno ha perdido las características que le hacen poseedor de la denominación. En la Región de Murcia hay tres Denominaciones de Origen en la actualidad:
UN POCO DE HISTORIA
La rápida evolución en la producción de vinos durante los últimos años, contrasta con la lentitud e inercia de siglos anteriores. Durante siglos se han realizado procesos extraños sin una lógica aparente, llamándose 'química o alquimia del vino' y más tarde 'física del vino', ya más parecido a una ciencia. Con el tiempo, los procesos fueron evolucionando y se empezó a apreciar el vino, más que por su aporte energético, por su esencia.
El primer vino que elaboró el hombre fue rosado, exprimiendo las uvas de los racimos. Era el que consumían también los fenicios y egipcios, a tenor de las imágenes conservadas en algunos bajorrelieves de la época. Además, se trata de un vino de gran aceptación a lo largo de la Historia, ya que hasta el siglo XVIII, el 90% de los viñedos tintos sólo producían caldos rosados o claretes. Esto era así porque se desconocían los procesos de fermentación y los instrumentos con los que se extrae el jugo de la uva.
En el comercio, los fenicios lo consideraban igual de importante que los metales preciosos o la joyería. Ya en la época romana, el vino alcanza la categoría de bebida de consumo ordinario. Pero beberlo conllevaba asimismo la asunción de determinados roles en la sociedad, responsabilidades sociales y honores que no estaban al alcance de todo el mundo. Todo esto requería un marco adecuado: en el simposium y alrededor de una crátera (una vasija grande y ancha en la que romanos y griegos mezclaban el agua con el vino antes de servirlo). La copa se desplazaba en sentido vertical y horizontal, como si se elevase primero hacia los dioses y luego entre los hombres.
El vino se mezclaba con agua porque tenía una alta concentración alcohólica (hasta 20º), por la madurez de las uvas empleadas o por los tratamientos empleados para su conservación. Beber el vino sin mezclar era considerada una conducta de bárbaros o locos. Algunos vinos se pueden consumir recién elaborados, pero otros mejoran bastante cuando reposan en el tiempo, en algunos casos hasta 50 años. El papel tan importante que tiene el oxígeno en el proceso de estos últimos, fue descubierto por el francés Louis Pasteur, padre de la Enología.
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